Políticos, ciudadanos y por supuesto restauradores queremos que las tapas españolas sean declaradas Patrimonio de la Humanidad. Bueno, más exactamente, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Aunque de inmaterial, la verdad, tienen poco: más bien Patrimonio Cultural Frugal lo llamaríamos nosotros, ya que dura poco desde que lo ponemos en la barra hasta que el comensal se lo come. Pero en una cosa estamos de acuerdo: es una costumbre buena, sana y que se debería mantener por encima de todo.

Ahora, ¿de dónde viene? En el texto publicado en el Boletín Oficial del Estado donde se solicita tan ilustre reconocimiento, se incluye una sección llamada ‘Leyendas de origen’ en la que se menciona a Alfonso X el Sabio, los Reyes Católicos, Fernando VII o Alfonso XIII, porque tanto monta, monta tanto un rey que otro, y lo que mola es atribuir a las cosas pedigrí aristocrático.

Dicen las malas lenguas (o las buenas, eso nunca se sabe), que el término se utiliza desde principios del siglo XVII, cuando los taberneros ya descubrieron el secreto de dar a comer algo salado para que el visitante demandara más vino. Pero no es hasta finales del siglo XX que la tapa empezó a llamarse tapa. O eso nos cuentan en Las Provincias: «Esta última palabra era la que se utilizaba en Cádiz en 1897, cuando se publicó el libro ‘España al terminar el siglo’, donde se cuenta, a propósito de una visita a la capital gaditana, que en sus tiendas de montañés las rondas se acompañaban indefectiblemente de «lo que aquí llaman platillo, un obsequio que el dueño hace al consumidor y su importancia depende de la del pedido».

El por qué acabaron llamándose tapas no está tan claro, pero hay referencias del gaditano José María Sbarbi en su diccionario de modismos y refranes que la tapa viene de «echarse uno tapas y medias suelas», que quería decir, tomar algún bocado fuera de las horas de la comida. Y también hay referencias en 1904, en un artículo del periodista Nicolás Rivero Muñiz, que dice que durante su paso por Sevilla descubrió cómo en la célebre venta de Eritaña de la época se «hartó» a «chatos con tapaera capaces de resucitar a un muerto». Y… ¿qué eran? Pues ná más y ná menos que vasitos de manzanilla con una rodaja de salchichón o jamón puestos a modo de tapa por encima.

Sea como fuere, nosotros apoyamos la declaración universal de la tapa como patrimonio de la humanidad y parte del extranjero, inmaterial o frugal y por siempre jamás ;-).